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Clase de Jean Paul Bondoux


Jean Paul Bondoux, clase de cocina en el NoSo. El gran chef francés, que dirige la principal cocina del Hotel W, dio esta semana una clase magistral de buen gusto y destreza, que eleva el nivel y las calidades de la restauración pública chilena.
[César Fredes] [Santiago, Chile] El chef francés Jean Paul Bondoux dirigió esta semana la cocina del restaurante NoSo, del Hotel W de Santiago, y detrás del oropel, de todo el mucho oropel y de la campaña comunicacional que tiene a este hotel encumbrado en la cima de la popularidad entre la ‘high class’ santiaguina, la oferta puesta sobre los manteles por este cocinero estrella es sencillamente impresionante por su calidad.
Hay que saber distinguir lujo formal y lujo en los contenidos. El hotel es, ya se sabe, de una estética discutible, pero cara, lujosa, algo provocadora, llena de un estilo que gusta a los jóvenes mundanos y de alto poder adquisitivo.
Y que es elegida también por algunos de los capitanes de empresa de nuestra sociedad chilena que creen que no deja de ser útil ver y ser vistos.
No sabemos si todo el público del W sabrá apreciar la calidad de lo que se come, a precio significativo es verdad, en el NoSo. Pero lo que comimos nosotros allí este lunes es sencillamente notable.
Algunos platos con elementos comunes a otros ya vistos por aquí y en otras latitudes y algunas cosas rescatadas de los recetarios clásicos de la cocina europea, como el conmovedor niño envuelto, llamado sarma en los Balcanes y en Europa Central, con que culminó un menú de cinco tiempos.
Este niño envuelto, que puede ser pequeñito e indistintamente de hoja de parra o de repollo y que se consume mucho en el mundo árabe, en la mesa del chef de Bondoux fue uno solo y muy robusto: repollo verde y blanco conteniendo un suculento guiso de cordero en trozos medianos, blandísimo y sin grasa alguna, aliñado con maestría y terminado al horno, para que quedase tierno, pero sin desarmarse.
El chef dice que es un plato campesino francés, de la región de Auvernia, lo que prueba una vez más que la cocina lugareña puede alcanzar muchas veces estaturas de alta sofisticación.
Había comenzado Bondoux con una aparente simpleza culinaria que maravilló. Un simple puré de coliflor, muy cremoso, casi una muselina en pequeña cantidad, realmente delicioso, que creció a estaturas de plato de lujo con una pizca de caviar Sevruga coronándolo.
Bondoux, que trabaja en colaboración muy estrecha con el también magnífico Sebastián Fontes, titular estable de las cocinas del NoSo, ofreció también escalopita de foie gras fresco en salsa de curry, ostiones sin coral grillados y, otra joya, una presentación de dos huevos pochados, en distinta temperatura y textura, con salsa de morillas. y morillas enteras al aceite de trufa blanca, una verdadera delicia.
Cocina de esta calidad en Santiago de Chile se ve de tarde en tarde. No disfrutábamos de nada igual desde que Carlos Meyer hizo algo parecido en el Europeo, con ocasión del lanzamiento del vino Tatay de Cristóbal.
Alguien le preguntó a Bondoux cuándo ‘crea’ estos platos y no escuchamos la respuesta, pero sonreímos para nuestro capote.
Aquí no hay ‘creatividad’ en el sentido que lo entienden los jóvenes cocineros chilenos y también algunos cronistas de mezclar cosas sin ton ni son. La gran cocina ya existe hace siglos.
Todo lo que mostró Bondoux son platos de un repertorio de recursos que todo gran cocinero europeo conoce desde hace mucho y pone de manifiesto con algo de su sello personal.
El chef es propietario en Buenos Aires nada menos que de La Bourgogne, del Hotel Alvear Palace, y otro tanto hace en Punta del Este, Uruguay.
Sebastián Fontes, su segundo por once años, seguirá haciendo casi lo mismo en el NoSo.
Una cena como la citada cuesta $49.000 con toda la batería de vinos correspondientes, en este caso, blancos y tintos de la viña Hacienda Araucano, de los hermanos Jacques y Francois Lurton.
¿Qué es costoso? Es verdad que casi $50.000 no son poca cosa. Pero la jornada gastronómica es algo verdaderamente excepcional. Y en casi ninguna capital del mundo se puede comer tan bien y con tan lujoso y correcto servicio por menos de cien dólares.

29 de marzo de 2010
©la nación

Guanaco o Cochayuyo


¿Cochayuyo o guanaco para la cena de Año Nuevo? Puede ser, porque lo chileno la lleva. Con piñones, cochayuyo y carne de guanaco. Una generación está innovando en la alta cocina y haciendo escuela. Si está pensando en homenajear el 2010 con ingredientes ancestrales, acá le contamos cómo.
[Mariela Vallejos] Sus guisos incluyen mote, merkén, marlines o rollizos. Ganan premios y buscan reivindicar ingredientes vilipendiados por la historia. En busca de una Cena de Año Nuevo bien chilena, probamos sus recetas y averiguamos secretos. ¿Consejo? Aún tiene tiempo para devolver ese pavo…
¿Moda?, ¿Arribismo? ¿Ingenio? Estos cocineros jóvenes que se resisten a ser llamados "chef" tienen un discurso antropológico para explicar una tendencia que recupera y realza ingredientes locales y platos populares. Hay quienes los critican, pero los turistas los recomiendan y un número creciente de chilenos los siguen.
¿Quiénes son? Entre los 10 más destacados por la crítica (y que están haciendo escuela entre profesionales jóvenes) figura el chileno-mexicano Matías Palomo (31), dueño del restaurante Sukalde, en Santiago, elegido por unanimidad Chef del Año 2007 por el Círculo de Cronistas Gastronómicos. Palomo propone una "reingeniería" de la cocina tradicional y busca "asociar a nuevos chefs que estén en el concepto de la cocina de producto, para levantar las cocinas regionales" de América Latina. Afirma que "muchos de los insumos de las llamadas grandes cocinas (Europa, China, India, entre otras) se producen en América, de donde son exportados y a veces hasta se reintroducen procesados". Entre ellos hay verduras y frutas chilenas. "La idea es dar vuelta la tendencia, usar nuestro potencial y a hacer que Latinoamérica esté en la punta de la gastronomía", asevera.
Esta corriente, que se ha ido tomando restaurantes de Santiago y cocinas de hoteles cinco estrellas desde San Pedro de Atacama a la Patagonia, tiene detractores. El crítico y columnista de LND,
César Fredes, desconfía de nuevas propuestas que en su opinión "abusan del merkén y la quinoa" y afirma tajante: "esto es una moda pasajera que empezó hace unos años con Guillermo Rodríguez, entonces chef del Hotel Plaza San Francisco. Este talentoso huaso de San José de Maipo empezó estilizando el bistec a lo pobre: cambió la carne por chuletas pequeñas, le sacó colesterol y calorías al plato; acarameló la cebolla y cambió los huevos de gallina por huevos de codorniz. A partir de ahí, todos los huasitos empezaron a imitarlo", asegura.
Fredes prefiere ingrediente tradicional y recela del valor culinario del guanaco, la hierba "cachiyuyo" del norte o las algas. Nos cita como ejemplo una anécdota del famoso chef catalán Santa María quien estuvo hace poco en Chile. "Lo invité al Liguria a probar distintos platos. Le gustó todo, pero cuando probó el cochayuyo exclamó: "Esto sí que es una mierda", ríe Fredes.

Cochayuyo Gourmet
Muy distinta es la opinión del cocinero y empresario gastronómico Joel Solorza, uno de los fundadores de Les Toques Blanches, una agrupación internacional de cocineros cuyo capítulo chileno se ha abocado a la búsqueda de la identidad. Con interés en la filosofía, la antropología y la historia, Solorza valora el rescate de una cocina con identidad local. Él mismo recoge y prepara hierbas y elementos de la naturaleza como una forma de validar la relación que tuvieron con la tierra de los pueblos originarios, y subraya: "Una de las bendiciones que tenemos es el cochayuyo. Yo lo preparo de muchas formas, empezando por el cebiche de cochayuyo, que queda exquisito", afirma.
Solorza tiene un programa sobre cultura popular y gastronomía llamado "Pan Comido" en la Radio de la Universidad de Chile, y desde esa tribuna, argumenta a favor de una especie de "operación cochayuyo" de rescate patrimonial: "El sometimiento a lo español y los patrones culturales dictados por una burguesía agraria sin educación, nos limitaron por siglos" -alega-. "Los que imponían lo que estaba bien llevar a la mesa eran personas que estudiaban en Londres o París y tenían una visión despectiva hacia los pueblos originarios. Estos factores hicieron que la comida local fuera relegada a los rincones más oscuros y sucios, a mesas sin manteles y llenas de moscas", enfatiza Solorza al destacar que pese a todo, a nivel popular, se desarrolló una cocina que llega a nuestros días. Así aparecen los fricasés de criadillas y de otros productos, los pescados con salsas, corvina en salsa margarita, omelettes de erizos y locos apanados con salsa tártara".
Tras asistir al reciente Festival de Arte y Cocina Chilenos en el Hotel Río Serrano (Parque Nacional Torres del Paine), donde se lució con su sopa de pan y una versión propia de lomo de cordero patagónico sobre tomaticán, Solorza destaca sus impresiones. "Me pareció importante y novedoso encontrar a una gran cantidad de jóvenes que están desarrollando comidas regionales", y agrega: "Estos cocineros están haciendo patria y generando imagen país a punta de esfuerzo personal".
Pero, la gastronomía local ¿se puede forjar a voluntad? Para la antropóloga Sonia Montecino, autora del libro "Las cocinas mestizas de Chile -La Olla Deleitosa", la historia demuestra que sí. "Nuestra cocina es producto del mestizaje y de innumerables cruces culturales que hemos experimentado a lo largo de nuestra historia. Un sincretismo que se expresa en la unión de cebolla y manteca con el choclo molido, lo que convirtió la huma indígena en un producto chileno". Según Montecino, es difícil hablar de "comidas originarias". Para ella nada es originario en la mesa. "Los gustos tampoco son universales; son culturales, construidos por un lenguaje y un significado específico", asevera.
Y los gustos se construyen con audacia y creatividad. Así lo creen Palomo y sus colegas: "La nuestra debería ser, y puede ser, una de las gastronomías más variadas y ricas del mundo pues tenemos 7 climas mediterráneos y 4 mil kilómetros de mar. Hay 65 variedades de crustáceos. Hasta ahora, apenas preparamos machas, choros, almejas o picorocos. Hay casi 250 variedades de pescados y usamos unas ocho. Tenemos un enorme potencial que explotar", recalca.
En su restaurante, Palomo hace patria. Emplea todos los ingredientes autóctonos que va encontrando a medida que éstos llegan a los mercados. Por estos días está cocinando un pescado de carne blanca llamado breca, pescados de Isla de Pascua, sal de cochayuyo y hierbas traídas del sur de Chile. Un plato que dio qué hablar a los críticos fue su "pez sol con curanto reconstruido". Y para llegar más lejos, está en conversaciones con cooperativas de recolectores de hongos (hay unas 30 variedades endémicas en Chile) y de productores de especies menos conocidas de frutas, como los duraznos morados. Apunta a un acuerdo de comercio justo con proveedores regionales que, a la vez, promueva la alta cocina chilena.
En la misma línea, el chef Luis González (ver recuadro) asegura que descubrir el mestizaje contenido en la cocina chilena lo ha enriquecido: "Soy un chef que reconoce en su mesa lo que somos como pueblo", dice. Su compromiso se ha desarrollado en la provincia magallánica y partió con la recopilación de recetas y costumbres de comunidades étnicas como yamanas y kahueskar, selknam y tehuelches; continuó con entrevistas con representantes de las colonias chilota, croata, suiza, italiana, española, francesa y argentina que habitan la Patagonia y cuyos antepasados dieron forma a la cocina de ese lugar; y terminó con lo que ha llamado la "cocina salvaje de la Patagonia".
Mención especial merece el chef vasco Xavier Zavala. Radicado en Chile hace más de dos décadas, se ha sumado a las inquietudes localistas, aportando con lo que llama la "desocultación" de los productos marinos. Se trata de llevar a la alta cocina pescados y mariscos que, hasta hace poco, los pescadores devolvían al mar como desechos, entre ellos, pescados como los bilagai, rollizos, mero, piñas y marlines.
Un trabajo de recuperación que, necesariamente, pasa por la historia y la antropología.
Según Solorza, estos cocineros "están construyendo un sólido futuro para lo nuestro; para este aspecto de la cultura, que en Chile no consideramos por mucho tiempo. Están aprendiendo las reacciones químicas y físicas de ingredientes originarios para, desde ahí, entender nuestra gastronomía y el futuro de ésta como necesario aspecto de nuestra cultura".
¿Noveles mentores de la futura gastronomía chilensis? ¿falsos profetas? Saboree, compare y juzgue usted mismo lo que viene.

Cultores de lo Autóctono
Entre los cocineros que están innovando destacan:

Matías Palomo (31 años). Chileno-mexicano, dueño del restaurante Sukalde de Santiago, elegido Chef del Año 2007 y cuya propuesta es sacar partido a los cientos de variedades de pescado que tiene Chile en sus cuatro mil kilómetros de costa. Entre sus compañeros de ruta, Palomo menciona a los chef Rodolfo Guzmán, Tomas Olivera, del Hotel Ritz y Benjamín Cienfuegos del restaurante Cienfuegos.

Otro que se ha perfilado es Luis González, de El Remezón de Punta Arenas, quien ha desarrollado su cocina patagónica con un menú que incluye guanaco braseado, kaikén (ganso silvestre) en escabeche, ñandú roast, liebre en terrina, centolla y castor, además de frutos como calafate y chaura. Cata Valdés es otro aporte. Llegó a la cocina a través del diseño y se ha convertido en profesora con blog y muchos alumnos en Santiago. Ha desarrollado un estilo propio que ella llama "instintivo" y en el que mezcla desde quinoa a mote con ingredientes de la cocina criolla.

También destaca Aquiles Abarca, ex chef del Hotel Carrera, quien ganó la segunda versión del concurso Chef de Chefs con sus "medallones de guanaco acompañados de risotto de papa camote con queso de cabra y piñones de araucaria, en salsa de betarragas y dulce de membrillo."

Como "artista invitado" del grupo brilla el vasco, avecindado en Chile, Xavier Zavala, chef del restaurante Infante 51 de Santiago. Cocineros chilenos alaban su rescate de ingredientes locales. Finalmente, el ideólogo que da consistencia discursiva al trabajo de sus colegas es el empresario gastronómico Joel Solorza, para quien "se debe seguir el ejemplo de México, España, Vietnam, Tailandia y otros y convertir la cocina en nuestra primera embajada cultural".

27 de diciembre de 2009
©la nación

La Cocina del Norte de Chile


En Copiapó se publica libro que reúne recetas de la cocina del norte de Chile.
Copiapó. En el restaurante ‘La flor de la canela’ de Copiapó, se realizará el lanzamiento del libro de Cocina Tomo V y la reedición del Tomo I de ‘Cocina del Norte Chileno Litoral Costero Rural y Altiplánico’, escrito por el chef Ricardo Pacheco. El trabajo destaca por el cariño que evidencia hacia la gastronomía del norte chileno, tanto rescatando las raíces, como aportando al arte culinario en apoyo a los productos de cada lugar.
Este libro fue posible gracias a un aporte del Fondant y de ahí que la actividad de mañana esté de la mano con el Consejo Regional de Cultura. Diario Atacama conversó con Pacheco respecto a este nuevo paso en su carrera.

¿Cómo ha podido escribir tantas recetas en sus cinco libros de ’Cocina del Norte Chileno’?
Ha sido por el amor que uno tiene a las cosas que le agradan, pero mas es el sueño de poder dejar plasmado en el tiempo la cultura de nuestra tierras otorgada por la bondadosa pachamama, el haber recibido esa misión del ser supremo de poder transmitir mi aprendizaje en esta vida llevada a una escritura, que trato de que sea lo mas transparente posible sin ocultar nada de secreto en la cocina.

¿Cuáles son sus inspiraciones gastronómicas, y cómo lo ha logrado?
Mis inspiraciones nacen de la vida cotidiana, observando cada lugar, investigando cada producto, confeccionando nuevas recetas y mejorarla, tener en su interior una vida de quijote, nómade aventurero y de gitano, para poder trasladarme desde un lugar a otro, ya que mi vida de escritor por la gastronomía nortina a sido como pionero, inédita y vivencial, por lo que voy recorriendo cada año nuevos lugares, espacio y recuperando muchos productos, planas medicinales en beneficio de la salud y hierbas perdidas que no se aprovechan en la cocina.

¿Además de los libros de cocina, a escrito otras obras tengo entendido?
 Sí, a la fecha tengo editado 14 revistas culturales gastronómicas del norte chileno, y en ella se pueden encontrar en forma más profunda los conceptos de los productos de nuestro norte como por ejemplo las características, beneficios, aplicaciones y con recetas paso a paso en forma ordenada y fácil de ubicar, la que esta diseñada por cartillas coleccionables desde la n. 1 en adelante y en ella puede encontrar carnes de camélidos, quinua, pescados, mariscos, bar, carnes rojas, carnes blancas, entremeses, caldos sopas, guarniciones y acompañamiento. Es una revista educativa gastronómica.

¿Qué nos puede adelantar para el lanzamiento de este libro de cocina?

Bueno tratar de mostrar la cocina regional del norte chileno, para ello ofreceré un pequeño cóctel a los invitados para que viajen por las distintas regiones de nuestro norte, no le puedo adelantar más, lo que sí le diré que no faltarán los productos de la Región de Atacama.

17 de diciembre de 2009
©diario de atacama

Cumbre de Cazuelas y Caldillos


Curicó tuvo una cumbre de cazuelas y caldillos. Con presencia de cocineros y platos tradicionales, muchas veces desconocidos, desde Iquique a Punta Arenas se efectuó la cuarta versión de esta valiosa instancia de rescate organizada por la asociación de Chefs del Maule.
[Curicó, Chile] Curicó tuvo una cumbre de cazuelas y caldillos. Con presencia de cocineros y platos tradicionales, muchas veces desconocidos, desde Iquique a Punta Arenas se efectuó la cuarta versión de esta valiosa instancia de rescate organizada por la asociación de Chefs del Maule.
Todo un éxito, y al mismo tiempo una iniciativa que debería institucionalizarse aun más, fue el Cuarto Encuentro Nacional de Caldillos y Cazuelas que organizó el último fin de semana en la Plaza de Armas de Curicó la asociación de cocineros Chef del Maule, bajo la presidencia del maulino Rubén Tapia. Este profesional de las cocinas, que en los últimos diez años ha mantenido con éxito restaurantes en Talca y Curicó, ha sido el motor de la asociación de profesionales que ya hace cuatro años organizó el primer encuentro en la Villa Cultural Huilquilemu, en Talca, y que en su cuarta versión, el viernes, sábado y domingo de la semana pasada, mostró un claro avance organizativo y de concurrencia.
Un elemento muy incidente en el éxito de este encuentro ha sido la ecuménica convocatoria que los chefs del Maule han logrado esta vez, en un esfuerzo conjunto con la Municipalidad de Curicó, el ministerio de Agricultura, Corfo y, particularmente, la dirección regional del Ministerio de la Cultura, mediante la participación directa de su responsable, Mariana Deisler.
Como el vino es un complemento fundamental de la buena cocina, esta verdadera fiesta cultural ha sido celebrada esta vez con la participación y el aporte de las viñas agrupadas en la Ruta del Vino de los Valles de Curicó, que estuvieron presentes en toda la muestra.
"El objetivo de estos encuentros es rescatar recetas y tradiciones culinarias vinculadas a nuestras raíces chilenas y difundir los esfuerzos de los cocineros de todo Chile. Pero lo más importante es decirle a todo el país, a la comunidad y a los medios de comunicación, que hay una verdadera y muy rica cocina chilena en todo el territorio nacional, ignorada y desconocida por los grandes sectores de la población, y de la cual nosotros estamos haciendo una tarea de rescate en la que vamos a insistir", señaló Rubén Tapia.
En el escenario de la Plaza de Armas de Curicó, uno de los más bellos espacios públicos de Chile, los puestos de los participantes concitaron el interés tanto de la comunidad como de los estudiantes de escuelas e institutos de formación gastronómica de la zona. Y, en un coloquio paralelo sobre los temas del certamen, el teatro Victoria se colmó mayoritariamente de estudiantes ávidos de dialogar con los chefs internacionales invitados, Franck Gross y Robert Fischer, y con el periodista especializado Patricio Tapia.
Los platos regionales presentados este año fueron la Carapulca, guiso cocido en piedras con cordero, vacuno, pollo y llamo, de Víctor Manuel Muñoz, de Iquique; la cazuela de llamo con quinoa, de Ricardo Pacheco, de Antofagasta; el caldillo de pejeperro de Günther Collado, de Copiapó; el caldillo de congrio de Roque Cordovez, de Valparaíso; la cazuela de pescados y mariscos de Homero Burgos, de Santiago; la carbonada de mariscos y cochayuyo, de Valentín Hinojosa, de Santiago; el caldillo de róbalo y mariscos, de Rosa de las Mercedes Muñoz, de Constitución; y el caldillo criollo de mariscos y pescados de Paulo Manríquez, de Concepción.
Carlos Beltrán, de Cañete, mostró uno de los platos más interesantes de la jornada, por la autenticidad y originalidad de los ingredientes incorporados en su cazuela de gallina Kollonka (gallina mapuche, que pone huevos azulados), con locro, piñones y papas nativas. En estrecha competencia figuró el de Daniel Larrosa, de Punta Arenas, que mostró una cazuela de albóndigas de carne de ñandú con ruibarbo, ajo chilote, luche y ají en pasta.
Otros platos destacables fueron los que mostraron Mary Venegas, de Puerto Montt, con un caldillo de merluza con choritos, almejas y luche, y Mauricio Mondiglio, de Coyhaique, con una cazuela de cochayuyo con recalentado de cordero asado, muy gustoso y original.
Distintas autoridades y parlamentarios de la zona, como el senador Jaime Gazmuri, comprometieron apoyo futuro, especialmente con miras a la versión del bicentenario que debe efectuarse, se espera que con mucha mayor fuerza, en 2010.

César Fredes
13 de abril de 2009
©la nación

La Cocina del Futuro


Mejores chefs del mundo hablan de la cocina del futuro. Según el español Ferrán Adrià, tras unos años de "excesos", ahora, con la crisis económica, llega el momento del equilibrio en la cocina.
Madrid, España. El chef Ferrán Adrià reconoció que él mismo pecó del ’’exceso de las espumas’’, una técnica que divulgó por todo el mundo y que actualmente en su restaurante El Bulli, sólo aparece en un plato o dos al año.
El cocinero español Ferrán Adrià afirmó hoy en Madrid Fusión, una de las principales citas gastronómicas del mundo, que tras, unos años de "excesos", ahora, con la crisis económica, llega el momento del equilibrio en la cocina.
El chef reconoció que él mismo pecó del "exceso de las espumas", una técnica que divulgó por todo el mundo y que actualmente en su restaurante El Bulli, sólo aparece en un plato o dos al año.
Adriá participó hoy, junto a los chefs Andoni Luis Aduriz y Heston Blumenthal y el científico Harlod McGee, en un debate sobre la cocina molecular en el que se puso de manifiesto cómo la cocina es el vehículo idóneo para llevar la ciencia hasta la sociedad.
El chef de ‘elBulli’, quien colabora con la prestigiosa Universidad de Harvard (EE.UU.), considera que la gastronomía es un lenguaje universal y está convencido de que el futuro será hablar de "ciencia gastronómica".
Junto a Adrià, el británico Heston Blumenthal, chef del famoso The Fat Duck, ha sido también uno de los pioneros de la aplicación de los conocimientos científicos al arte culinario.
En este momento, sin embargo, trabaja sobre la historia de la cocina de Reino Unido, ya que, en su opinión, "se ha perdido totalmente la gastronomía" en su país.
Por ello, en su prestigioso restaurante se puede optar por su menú rabiosamente moderno o por otro en el que el chef ha reinterpretado algunos platos que se elaboran desde hace 200 años en el Reino Unido.
Otras tradiciones, en este caso las prehispánicas, han centrado la presentación del chef mexicano Bricio Domínguez, quien desde sus restaurantes El Jardín de los Milagros y Ocho Reales, en Guanajuato, una ciudad colonial con una intensa vida cultural, rescata los sabores de la cocina azteca.
Así, los artilugios tecnológicos tan usuales en esta cita gastronómica han dado paso a aparejos de piedra del México precolombino, como el molcajete (un matraz de piedra para moler especias).
Un compatriota de Domínguez, el chef Armando Saldaña, fue otro de los protagonistas de la jornada en Madrid Fusión, que reúne hasta el próximo jueves en el Palacio Municipal de Congresos de Madrid a más de setenta maestros internacionales de la cocina.
Saldaña se convirtió en el ganador del VI Concurso de Bocadillos de Autor al conquistar el paladar del jurado con su ‘Red Hot Tuna Peppers’, hecho en un pan con corteza fina y de suave miga, con un queso de cabra de pasta blanda, pimientos de piquillo caramelizados, tataki de atún y aceite de toronjil.
Gracias a esa combinación obtuvo 3.000 euros (unos 4.000 dólares) como galardón, además de un trofeo conmemorativo, su peso en pan y un viaje a Egipto.
Otro de los grandes nombres del día fue el del peruano Gastón Acurio, homenajeado hoy en la cita gastronómica junto con otros representantes de movimientos defensores de la biodiversidad como Greenpeace, Slow Food, el FROM y Sea Food Choices.
En una entrevista con Efe, el cocinero, propietario de los restaurantes Astrid&Gastón en Lima, Santiago de Chile y Madrid, entre otras ciudades, abogó por que la cocina, además de bella, sea ética.
"Cuando se convive con el hambre -dijo-, la gastronomía deja de ser hermosa".
Por ello, es fundamental, a juicio del chef, que los platos nunca se elaboren con productos procedentes del trabajo de gente explotada y que se intente mejorar la vida de las personas a través de la gastronomía, puesto que "en un país en el que exista hambre, la alta cocina y el chef estarán siempre cuestionados".

21 de enero de 2009
©emol

Placeres Chilenos


Ruperto de Nola reedita su clásico libro sobre la cocina chilena tradicional.
[Ximena Urrejola] El abogado, filósofo y cronista culinario Augusto Merino (Ruperto de Nola) dice cosas como: "Nunca estamos conformes con ser los chilenitos, patojitos y morenitos que somos", o "Andamos buscando modelos extranjeros con los cuales identificarnos". Él se responde: "¡Qué ridiculez más grande!". Por eso, con la reedición de su libro ‘Cocina chilena: tradicional, fina y fácil’ pretende revalorizar recetas que por siúticos encontramos "picantes".
La casa de Augusto Merino (o Ruperto de Nola) en Zapallar está lejos del mar. Casi arriba de un cerro. Ni siquiera ve de lejos el océano: frente a su jardín hay un par de grandes eucaliptus que no ha querido cortar. "Yo quería de esta manera –dice, casi en un susurro, pero al mismo tiempo sonriendo. Y añade, como contanto un secreto: "Me ofrecieron una casa en la orilla, pero el mar me intranquiliza, al revés de la gente que se siente arrullada por el sonido de las olas. A mí me da susto. Los maremotos, pueh... que se llevan a las guaguas flotando mar adentro".
Dice que tendría que ser un acabo de mundo para que una ola llegara hasta su casa. "Aquí estoy tranquilo. Por último arranco para arriba, para el cerro. Además, Zapallar siempre está nublado, lo que me gusta mucho. Soy de nublado. Nunca me baño en el mar, me carga la arena. El agua en la tina y en el té, nunca en la copa. Me baño todos los días, pero en la tina".
En esta tranquilidad nublada y lejos de las olas, hace diez años vio la luz el libro ‘Cocina chilena: tradicional, fina y fácil’, que Augusto Merino escribió y que, además, cocinó junto a su mujer, María Angélica González Huneeus, la "Ruperta". Aquí, hace 14 años se construyó su casa a su pinta, con la cocina –llena de cachivaches, ollas, cajas de té, aliños y un cuantuay– incorporada al living, "para no perderse la conversación". Fueron ocho meses de investigación, de recopilación de recetas y de cocinar, día tras día, una y otra vez las preparaciones tradicionales que aparecen en el libro. Incluso algunas las tuvieron que hacer hasta cinco veces, añadiendo, restando, sumando y arreglando cantidades e ingredientes hasta que quedaran perfectas. "Algunas salían malas, pero no como para botarlas, así que las comíamos. Engordamos varios kilos los dos. Fue muy entretenido hacer este libro. Gocé haciéndolo".
¿Y por qué reeditarlo después de tanto tiempo? "La anterior edición era mucho menos atractiva que ésta", dice, y cuenta que a esta nueva publicación se sumaron ilustraciones de su mujer, María Angélica, diseñadora de la Universidad de Chile y compañera de condumios desde el momento en que se casaron.
"La primera edición se agotó hace mucho tiempo. Yo tenía ganas de sacarlo de nuevo porque es un libro interesante en el sentido de que rescata platos que se comían en la casa de nuestros padres y abuelos. Yo comía mote en leche, por ejemplo, ¡una maravilla! Pero en los años ’60 se produjo un corte en la memoria culinaria chilena porque comenzaron a desaparecer las empleadas que venían del campo. Además, con lo que se llamó la jornada extendida de trabajo las mujeres dejaron de ir a almorzar a sus casas y se pasan todo el día en la oficina. El punto es que los que vivimos en esa época nos acordamos de esos platos y los echamos de menos, porque es comida de casa pero fina, bien hecha, sencilla, patriarcal, rica". Recolectó recetas en su familia y en la de su mujer, en antiguos recetarios y revistas y diarios de entre los años 1910 y 1950, más una que otra del siglo XIX.

Recuperar la Memoria
Es martes, dos días antes del comienzo de 2009, y a la una de la tarde el sol brilla en Zapallar. Augusto Merino está con su mujer, la Ruperta; Sofía Covarrubias, una amiga de la familia; una hija, un yerno y un nieto. Estuvieron toda la mañana cocinando y el resultado está a la vista. Augusto agasaja a sus invitados con un roast beaf con crema de atún (Vitello tonnato), una pasta fría con tomate, pepinos y hierbas varias; un pan esponjoso y contundente hecho por la Ruperta esa misma mañana; un Pinot Noir de Viña Leyda a la temperatura justa y, de postre, un clafoutis de damascos. "Nos juntamos a hablar de cocina chilena y te estoy dando dos platos italianos y un postre francés", dice riéndose fuerte y achinando los ojos detrás de sus anteojos.
Ya en la mesa, Augusto Merino, convertido en Ruperto de Nola, goza y se relame con las viandas varias.
¿Cuánto tiempo del día piensa en comida?, le pregunto. Se ríe con la ocurrencia y confiesa: "Harto tiempo... Siempre estamos pensando qué vamos a comer de rico. Sobre todo aquí. Pero durante el año no es tanto. Lo que pasa es que Ruperto piensa en comida, pero Augusto Merino, no. Augusto Merino piensa en filosofía, en sociología, que son entretenidas también". Porque además de ser un reconocido cronista culinario también es abogado y sociólogo, y hasta junio de este año se desempeñará como director del Magíster de Humanidades en la Universidad Adolfo Ibáñez, fecha para la cual ya tendrá decidido qué otra oferta tomar de las distintas universidades que lo han contactado para engrosar sus filas.
Por eso es que en él se aglutinan intereses y obsesiones que pueden parecer lejanas, pero que se entrecruzan, como son la historia y la memoria de Chile, su comida y su cultura. Mientras parte el pan de la Ruperta y lo unta con mantequilla con ciboulette, dice que Chile es un país que odia su pasado. "Siempre estamos tratando de ser o franceses o ingleses o yanquis y ahora tailandeses respecto de la comida. Y no somos ninguna de esas cuestiones. Somos mestizos de español con picunche, y si hay alguna influencia francesa bienvenida sea, porque la comida francesa es estupenda. ¿Has oído eso de que somos los ingleses de Sudamérica? ¿Y que somos los más europeos del continente? Nunca estamos conformes con ser los chilenitos, patojitos y morenitos que somos. Andamos buscando modelos extranjeros con los cuales identificarnos. Y no nos gusta que nos digan que somos indios igual que los bolivianos o los peruanos. Lo que es absurdo, ¿te fijas? Desde la familia más empingorotada chilena hasta la más pilila, todos, todos, todos tenemos gotas de sangre indígena. Eso es así. Calcula tú que durante la Colonia el dicho era: El que no es Lisperguer es mulato. Porque no había nada peor que ser mulato. Y los Lisperguer, ¿quiénes eran? Eran nietos de la cacica de Talagante. O sea, tenían sangre picunche. Y, sin embargo, era la familia más soberbia de la Colonia. Hay por ahí una abuela indígena y se tapa. Nooo, de dónde. En cambio, se hace gala de una abuela francesa".
La idea entonces, de Augusto, es revalorizar esta cocina chilena que está medio abandonada, porque muchos encuentran que el ají verde, el charqui o el charquicán son una picantería. "La cocina es la puerta de entrada a la cultura. Y por cultura quiero decir no sólo las Bellas Artes, sino que también la forma en que entiendes la vida. A través de la cocina empiezan a aparecer las familias grandes con todos sus valores, con su rica vida humana, que se produce entre los montones de primos y tíos y abuelos. Recuperas la cocina y empiezas a recuperar todo eso también".
Augusto cuenta una anécdota: "Don Eugenio Pereira Salas cuenta que un día el almirante Blanco Encalada, muy empingorotado y gran personaje aquí y en Francia, llegó a almorzar a la casa de doña Adriana Montt. ¿Y qué estaban comiendo? Guatitas de cordero, porotos con su huevo frito y su guapo aceite de oliva, chuletas, tortilla de ortigas. O sea, cosas que hoy día son lo último: ¿quién daría de comer algo así a sus invitados? Pero el almirante quedó encantado. O ¡las pantrucas! Una maravilla, una comida chilena pero antiquísima. Y en Italia tienen su contraparte en lo que se llama pasta in brodo: capeletti en caldo o ravioli en caldo. O sea, pantrucas. Pero aquí nos avergonzamos: ¿Qué van a decir de nosotros? Éste es un libro que va en la línea contraria".
Y contrario también a lo que pudiera pensarse, dice que no son recetas complicadas que requieran excesivo tiempo de preparación. "Es una cocina, como te digo, de campo. En el campo, mientras los peones comían porotos, en la mesa del patrón también se comían porotos. Había mucha más llaneza, y una comunicación mucho más fácil entre las clases sociales. No sólo por la comida, pero sí también por ella. La cocina es un lenguaje no verbal, a través de la cual comunicas cosas que muchas veces no puedes decir con palabras. Como el amor: hay cosas que no puedes decirle a la persona que quieres, pero le puedes dar un beso. Es un gesto. Y la gracia es que uno siempre cocina para alguien: para la Luchita, para el Pepito. En cambio ahora, el sushi, por ejemplo, está hecho para multitudes sin nombre. Y para comer solo también. Y no hay nada más triste en la vida que comer solo".

Tiempos Flacos y Gordos
Generalmente Ruperto y la Ruperta cocinan juntos. A él le quedan bien las carnes, dice que hace un Boeuf Bourguignon muy rico, y las masas, los panes y las pizzas las prepara ella. Sofía, la amiga que está de visita, dice que es un placer verlos cocinar juntos, que lo hacen como "orquestados".
Mientras el sol entibia la terraza de la casa de Augusto Merino y una lagartija verde con azul se pasea entre la mesa y las sillas, María Angélica González hojea también el libro, orgullosa de sus ilustraciones. "Estas viejas tomando té las hice yo. Pero para mí el mejor es el dibujo de las gallinas; francamente estoy chocha. Salieron de lo más urgidas, que era lo que yo quería. Este también es mío: los porotos con longaniza".
El gusto por las ollas y sartenes lo fueron adquiriendo entre los dos. Ella tuvo que aprender a cocinar cuando se casó, porque en su casa no se cocinaba para menos de diez personas. ’Después, cuando nos fuimos becados a Inglaterra, me tocó cocinar más. Pero Augusto se tuvo que lanzar a cocinar porque yo trabajaba full time haciendo vitrinas para una tienda de lo más elegantosa; así que llegaba a la casa con ánimo de hacer, con suerte, un huevo frito. Si no quería comer huevo frito, tenía que cocinar".
De ahí a relamerse los bigotes preparando condumios chilenos y extranjeros no pasó demasiado tiempo, lo que implicó, además, que comenzara a escribir sus crónicas, primero en el diario La Época y hoy en la revista Domingo, de ’El Mercurio’, entre otros medios que se solazan con sus crónicas originales, sabiondas, divertidas y llenas de datos históricos y anécdotas sabrosas. "Más sabe el diablo por viejo que por diablo", dice. "De puro viejo que sé tantas tonteras. Mira: el mundo se divide en dos clases de personas: las que se les ocurren cosas y las que no. A mí se me ocurren algunas", dice riendo.
Después de tanta cosa, cabe una duda: ¿Se controlan el peso entre ellos? "Más o menos", dice Augusto. Y después agrega: "No. Me importa un poco no más". Sí dice que no va a todos los restaurantes que lo invitan porque estaría convertido en una "albóndiga humana" y cuenta que en un momento de su vida llegó a pesar 54 kilos: "La mitad de lo que soy ahora. Se me notaba cada uno de los huesos del esqueleto. ¡Qué asco más grande, por Dios!". Y la Ruperta: "Éramos flaquitos, unas bellezas".
¿Y cómo le gustan las mujeres a Ruperto/Augusto? "Mira para allá –dice y señala a su mujer con la cabeza. "Me gustan como la Ruperta". Y ella afirma: "Yo fui la más flaca de todas las mujeres que le gustaron antes de casarnos. Le gustaban puras gordas".
Para el final, el broche: Un stollen delicioso (postre alemán con cierto parecido al Pan de Pascua), unos alfajorcitos rellenos con manjar bañados en chocolate, y un café expreso humeante y tiritón. "Ummm, qué maravilla", dice Augusto, y se lleva, por enésima vez durante el almuerzo, la mano a la cara y se la tapa. Como rezando: ¡Qué cosa más buena, Dios mío santo!

13 de enero de 2009
©el mercurio
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Cocineros Se Reúnen en Valparaíso


Actividad de INACAP debate sobre tradiciones y tendencias de la comida latinoamericana.
[Valparaíso, Chile] Los principales referentes de la cocina latinoamericana se reunirán en Valparaíso los días 24 y 25 de septiembre, gracias al II Congreso Gastronómico y Hotelero del Cono Sur que se realizará en la sede porteña de la Universidad Tecnológica de Chile INACAP.
Se trata de un evento que busca ser un espacio de encuentro e intercambio con representantes de Argentina, Perú y Chile, quienes darán a conocer sus vivencias en el mundo gastronómico e intercambiarán ideas sobre las nuevas tendencias culinarias.
"Hemos invitado a destacados chefs nacionales e internacionales para conocer su experiencia y los interesantes proyectos que están desarrollando en este ámbito", explicó el vicerrector de la sede de INACAP, Gerald Pugh, agregando que, de este modo, la institución busca crear un espacio de encuentro e intercambio de ideas sobre la materia.

Argentina, Chile y Perú
La actividad reunirá a diversos expositores internacionales, quienes abordarán la gastronomía del continente desde una perspectiva histórica, cultural y empresarial.
Entre ellos se encuentran la precursora de la comida fusión en Argentina y presentadora de canal Gourmet, Narda Lepes; el peruano Emilio Peschiera, reconocido por introducir en Chile la comida tradicional de su país a través del restorán El Otro Sitio; el académico y cronista gastronómico Augusto Merino, popular gracias a su seudónimo Ruperto de Nola; y Paula Larenas, miembro del capítulo chileno de Les Toques Blanches y participante de distintos programas de la televisión chilena.

21 de septiembre de 2008
©mercurio de valparaíso

Riña entre Chefs Españoles


E innovaciones culinarias.
[Victoria Burnett] Madrid, España. Con invenciones como la nieve de parmesano, salsas frías que ‘hierven’ con hielo seco y aceitunas verdes hechas de jugo ‘esferificado’, los chefs de la vanguardia española han creado todo un revuelo internacional por una cocina nacional que fue considerada durante largo tiempo como mediocre. El gazpacho y la paella simplemente no estaban a la altura de las especialidades de las cocinas francesas e italianas.
Pero decenas de restaurantes en todo el país tienen la estrella de la venerada guía Muchelin. (Seis restaurantes exhiben la clasificación máxima de tres estrellas). Los chefs españoles adornan las páginas de revistas gastronómicas internacionales, y algunos críticos gastronómicos creen que han remplazado a sus contrapartes franceses como vanguardia de la innovación culinaria.
Esa reputación es simplemente una razón más para celebrar en un país que lleva diez años de prosperidad económica y se ha ganado su prestigio como centro de los buenos vinos y la vanguardia en arquitectura y gastronomía. Pero después de varios años de estrellato, los más prestigiosos y raramente amistosos chefs españoles han hecho lo impensable, o quizás, lo inevitable. Se han vuelto unos contra otros.
Santi Santamaría, unos de los chefs más prominentes del país, ha lanzado hirientes ataques públicos contra sus contrapartes en la vanguardia, acusándoles de producir platos pretenciosos que no comerían ni ellos mismos -y potencialmente envenenando las cenas con químicos que, dice, no tienen cabida en una cocina.
"Algunos chefs ofrecen un espectáculo mediático antes que preocuparse de comer sano", dijo Santamaría al aceptar un reciente premio por su nuevo libro ‘La cocina al desnudo’. En este, el corpulento y franco cocinero, que se echa flores por su propia dedicación a los ingredientes naturales, ataca la difusión de la cultura de la comida chatarra -y una vez más denuncia las decadentes creaciones de la cocina de la vanguardia española.
"Tenemos que decidir, como chefs, si queremos seguir usando los productos frescos de nuestra dieta mediterránea, o si optamos por el uso de aditivos", dijo a periodistas en Madrid el lunes, cuando repitió un llamado a las autoridades españolas a investigar en los restaurantes el uso de, por ejemplo, nitrógeno líquido, para la congelación rápida, o de metil celulosa, como agente gelificante.
No es el primer ataque de Santamaría contra la cocina de alta tecnología. El año pasado, sacudió a los chefs españoles reunidos en Madrid Fusión, un congreso anual, cuando los acusó de cocinar para snobs.
Pero esta vez Santamaría fue más personal. Señaló a Ferran Adrià, padrino del movimiento de vanguardia español (y global) y el chef más celebrado del país, como blanco de sus críticas. Pese a su "enorme respeto" por Adrià, dijo que creía que había "un gran divorcio, tanto ético como conceptual con Ferran, que yo creo que se encamina en una dirección que es contraria a mis principios".
Los comentarios de Santamaría picaron a chefs cuyos éxitos giran sobre el ingenio y asombro evocado por platos estrafalarios y abrieron la puerta a un debate sobre la tecnología versus la tradición en un mundo culinario que ha adquirido desconcertantes apodos, como ‘deconstructivista’ y ‘tecno-emocional’.
Adrià y otros chefs rechazaron la última ronda de críticas de Santamaría como ridículas, diciendo que muchos de los productos que ellos usan son naturales y que los que no lo son, son inocuos. Un portavoz de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria dijo que todos los aditivos utilizados en restaurantes españoles se ceñían a las normas de la Unión Europea.
Metil celulosa, usada por Adrià para crear, entre otras cosas, películas de ‘papel de hibisco’, no es peligrosa, dijo. También observó que el nitrógeno líquido no era ingerido.
En una declaración hace poco, la Asociación de Cocineros Euro-Toques de España, que representa a unos ochocientos chefs españoles, dijo que los comentarios de Santamaría "dañan el prestigio que España ha ganado a nivel mundial, en parte gracias a su cocina y sus cocineros".
"Para nosotros, chefs, estas han sido semanas terribles", dijo Adrià por teléfono el sábado desde Francia. Su restaurante, el Bulli, al nordeste de España, luce tres estrellas Michelin. "Todo lo que dijo Santi sobre nuestros ingredientes es falso, pero nos daña".
En una reciente entrevista telefónica, Santamaría dijo que se sentía obligado a llamar la atención del público sobre técnicas e ingredientes que han catapultado la cocina española a la fama pero que, en su opinión, contradicen las tradiciones españolas y la preferencia por los productos locales y orgánicos.
"¿Cómo podríamos nosotros, los defensores de los productos naturales y locales, incluir productos innaturales en nuestros platos?", dijo Santamaría, que hablaba desde Sant Celoni, al nordeste de España, sede de su restaurante de tres estrellas, Can Fabes.
Andoni Aduriz, un protegido de Adrià, dijo que Santamaría estaba tratando de asustar a la gente.
"Santi es el Hugo Chávez de la gastronomía", dijo Aduriz. "Le encanta provocar polémicas con sus discursos populistas". Aduriz, que recorre el campo local a la búsqueda de ortigas y hierbas poco usuales, dijo que no veía el conflicto entre el respeto por los productos naturales y los métodos de alta-tecnología en la cocina.
"Es un debate falso", dijo. "Santi anda buscando el reconocimiento que lo ha eludido, provocando una polémica", agregó, sugiriendo que pese a los éxitos de Santamaría, podría tener envidia de la fama de Adrià. Slow Food Spain, parte de un movimiento global que aboga por los productos orgánicos, dijo en una declaración la semana pasada, que "innovación y tradición no son antitéticas".
Sin embargo, las afirmaciones de Santamaría resonaron un momento. En una carta al diario español El País, un lector, Jorge Gutiérrez Berlinches, dijo que Santamaría representaba "a todos los que nos gustan las pastas con tomate, un rico plato de patatas, un huevo frito y una morcilla".
"Tenemos que volver a las cosas simples, a lo natural y a lo que sabe bien y a lo que es asequible", escribió.
Dan Barber, chef de Blue Hill en Nueva York, dijo que la disputa recordaba la tormenta sobre la nouvelle cuisine en Francia en los años setenta, y un debate nacionalista más reciente sobre el uso de ingredientes no-franceses en la haute cuisine. Barber, defensor de los ingredientes orgánicos y locales y admirador de Adrià, dijo que la controversia era un testimonio de lo maduro que era el movimiento culinario español.
"El hecho de que tengamos este debate es un signo de lo lejos que ha llegado España -y eso se lo debemos tanto a Santi como a Adrià", dijo Barber. "Cualquier discusión que gire sobre lo que llevan nuestros alimentos es buena. Si esta era la mejor manera de tratar el tema, es otra cosa".

15 de julio de 2008
1 de junio de 2008
©new york times
[viene de mQh]

Sabores del Maule


El destacado hombre de cocina, Rubén Tapia, viajará a Dubai, en los Emiratos Árabes, donde permanecerá desde el 7 de mayo hasta el 16 de ese mes, junto a una delegación que exhibirá lo mejor de la comida nacional.
[Lorena Garrido] El chef maulino Rubén Tapia fue uno de los elegidos para conformar el equipo gastronómico chileno, que viajará hasta la ciudad de Dubai en el marco de un congreso mundial de chef, a realizarse desde el 7 hasta el 16 de mayo de 2008.
Los 7 representantes chilenos que participarán de este 33º Congreso de la WACS (Asociación Mundial de las Sociedades de Chefs) son: Ruth Goya, de La Serena; Alonso Barraza, de Concepción; Francisco Layera, de Santiago; Óscar Tapia, de Casablanca; David Lillo, de Punta Arenas; David Soto, de Valparaíso; el chef técnico Gullermo Rodríguez, de Le Toque Blanche Chile; y Rubén Tapia, todos elegidos por el gobierno chileno a través del Comité Agrogastronómico.
El congreso contemplará diversas actividades, destacando entre ellas concursos, muestras de productos, charlas técnicas, salones que exhibirán muestras de cocina y comidas étnicas, la mayoría enfocadas al Medio Oriente y Asia, según mencionó Tapia.
"Nosotros sabíamos de este congreso hace dos años, porque las olimpiadas gastronómicas que es lo mismo, se programan cada 6 años. El Gobierno por medio del Comité Agrogastronómico organizó un equipo de chef para representar a Chile en estas olimpiadas, donde tendremos que hacer una presentación de comida nacional para la adjudicación de la sede en 2010", dijo el chef.

6 de abril de 2008
©el centro

Aventura en las Profundidades


[Frank Bruni] Si quieres comer lo que ya conoces, ve a cualquier lugar. Aquí se viene a comer con más espíritu de aventura.
[Nueva York, Estados Unidos]. Es un milagro que la humanidad haya encontrado el camino hacia ciertos alimentos, dada la fealdad de las criaturas que recibió en herencia.
¿La langosta? Es como una cucaracha hinchada de agua con un problema de tiroides. ¿El pulpo? Un mutante codicioso mejor adaptado para una película de monstruos que para un plato de comida.
Pero el erizo de mar puede ser la exquisitez más repelente de todas. Es el puercoespín de las profundidades, una hirsuta esfera claramente diseñada para desalentar a los hambrientos, no para invitarles a excavar en ella.
Así que creo que debemos especiales agradecimientos a quienquiera que sea que se atrevió a extraer sus huevas naranjas y descubrió el inolvidable sabor -los salobres matices, los dulces trasfondos, la dominante riqueza- de este inimitable y granuloso budín.
Y creo que Sotohiro Kosugi estaría de acuerdo conmigo en cuanto a esto. El erizo de mar -uni, como se lo conoce en la cocina japonesa- aparece en plato tras plato en su nuevo restaurante Soto, un extraordinario bicho que no se parece en nada a ninguno que haya conocido.
El uni se extiende como una salsa sobre gruesas láminas de yuba, o piel de tofu, que recuerda la pappardelle [fettuccini]. Batida con caldo de langostinos, miso y aceite de trufa para un mousse que acaricia las finas capas de langosta al vapor.
También se sirve en las convencionales piezas de sushi sobre una base de arroz, pero cualquiera que se limite al sushi y sashimi de Soto se estará perdiendo no sólo lo mejor de su restaurante, sino también la razón de visitarlo. Si quieres comer lo que ya conoces, ve a cualquier lugar. Aquí se viene a comer con más espíritu de aventura.
El señor Kosugi es un chef con iniciativa. También es irritable -quizás está imitando a su adorado erizo- y te da la impresión de que mirándolo a él, una severa figura observándolo todo desde detrás de la barra de sushi del restaurante, una rara expresión de desagrado en su cara.
Durante once años tuvo un restaurante en Atlanta, donde llamó la atención del país, creó un culto de adherentes en la ciudad -una pareja dijo que había bautizado a su gato en homenaje a su plato favorito- y se ganó la reputación de ser un tipo aburrido, temperamental y fastidioso.
De acuerdo a un artículo en The Atlanta Journal-Constitution que deploró su partida de la ciudad, era conocido por ladrar a sus empleados y llamar la atención a los clientes que mostraban suficiente coraje para pedir Diet Coke.
Cuando se mudó a Aspen, Colorado, y preparó la muestra anual de la revista Food & Wine sobre el sushi, colocó el pescado crudo sobre un pedestal de puré de patatas porque tenía miedo de que el arroz no se pudiera cocer bien en esas alturas.
El nuevo teatro que construyó para sí mismo a nivel del mar en Greenwich Village es minimalista, un tropezón de blanco con un largo mesón sushi de arce a un lado y largas mesas de banquete al otro.
Sobresale un detalle del decorado: una fachada misteriosa, que da a la Sexta Avenida, sólo permite ver parcialmente lo que hay dentro, creando un aire de misterio y la promesa de un descubrimiento para cualquiera que se aventure más allá.
Soto cumple esa promesa. Muchos de los alrededor de treinta platos que se describen a lo largo de las dos primeras páginas del menú, una dedicada a los platos fríos, y otra a los calientes, son vibrantemente sazonados y de compleja construcción, obras de arte culinario y visual que te hacen detenerte antes de dar el primer mordisco, y luego nuevamente entre un mordisco y otro, de modo que puedes apreciarlos cabalmente, como se lo merecen.
Cierto, el mejor plato de la vidriera de los platos fríos es el uni, apareado con otro de los parias cosméticos del océano. Finos pétalos de calamar han sido arreglados para sugerir la forma de una flor que está a punto de florecer. El uni es el colorido secreto del redil, y hay más color y exuberancia todavía en el huevo de codorniz, asomado encima de la flor, que se rompe cuando arrancas los pétalos.
Soto enfatiza la dulzura del camarón crudo, de un blanco casi translúcido, abrillantándolo con yuzu, colocándolo en un caldo declinado con la garra del jenjibre y la llaneza del shiitake, y agregando unas notas saladas de huevas de salmonete.
Una ensalada de las almejas geoduck adquiere su amargor de un estallido de picantes brotes de rábano y su sabor a nuez de semillas de sésamo, mientras que el crudo de kampachi [platija] hawaiano luce encima una capa de piñones machados y, al lado, un merengue de salsa de soya. En Soto, las cosechas terrestres son aptamente puestas al servicio de las del mar.
Y los platos calientes, bajo la supervisión de la esposa de Kosugi, Maho, entregan tanto placer como los fríos.
Todo un surtido de tempura (camarones, espárragos, shiitake, calabaza kabocha) no podría ser ni más crujiente ni más ligero. Refleja un yen por el frito en aceite que también es evidente en el lenguado frito; en el pastel de camarones fritos; y en una combinación de ostiones envueltos en shiso y en un lenguado de verano envuelto en shiso, frito e inmerso en un caldo de shiitake. Me encantaron los ostiones, suculentos y con sabor a menta.
La langosta es preparada de varios modos. Destaca la preparada, con el extraordinario mousse de erizo. Pero es el langostino el que sobresale triunfante, ligeramente asado y revestido con una abundante capa de shiitake con sabor a mayonesa, ostiones, ají y huevas de pescado fundidas.
Su precio de dieciocho dólares parece comedido sólo cuando ves la escasa ración de langostinos que lleva. Si eres un comensal copioso, vas a necesitar cuatro de estos platos para sentirte bien, especialmente porque el único postre, helado de mochi, podría no seducirte.
Y que eso podría elevar tu cuenta por encima de los sesenta y cinco dólares crea una expectativa de servicio menos lento y distraído. En varias ocasiones los camareros debieron volver a la mesa para comunicar la mala noticia de que algunos de platos seleccionados ya no estaban disponibles.
También debes considerar que la calidad de las casi tres docenas de sushi y sashimi en la página tres y cuatro del menú no es excepcional. Pero deberías probar uno de la docena de rollos de sushi que se ofrece.
Combina el atún, pera china, aguacate, pepino, piñones y ostiones en una cautivadora mezcla de texturas y acentos. Sin embargo, su verdadera sutileza está en su envoltorio. En lugar de nori, Kosugi usa algas pardas, punteadas de verde.
Las secciones resultantes del rollo se parecen a la paleta. Y son un ejemplo de un alimento que se ve tan bien como sabe.

30 de diciembre de 2007
5 de septiembre de 2007
©new york times
viene de mQh



Un Almuerzo Memorable


[César Fredes] Juan Meza, 25 años con un almuerzo memorable.
[Santiago, Chile] Hay que rendirse a la evidencia de que en Chile se puede y se está comiendo muy bien. Una gloria de banquete chileno preparado en su cuarto de siglo de ejecutoria, en el hotel Crowne Plaza por el chef titular del restaurante Caruso, fue una pieza antológica.
El chef Juan Meza cumplió la semana que termina 25 años de oficio y, como se decía antiguamente de los vinos, con la edad está mejor que nunca. Algo gordo, es verdad, aunque no hay que olvidar que siempre se debe desconfiar de los cocineros flacos, y Juanito, aparte de tener muy buena mano, tiene buen apetito.
Juan Meza es ‘el Gordo' o Juanito, y ambas cosas aluden a su espíritu bonachón, bondadoso y humilde. Laborioso y disciplinado como el que más, la prueba de ello es que como cocinero ha trabajado solamente en dos cocinas: la del viejo y glorioso Hotel Carrera, en la Plaza de la Constitución, y en el Crowne Plaza, donde tiene el apoyo del gerente, Eduardo Fahrenkrug, para hacer lo que quiera en la cocina, lo que, entre otras cosas, es presentar una carta chilena notable por chilena y por buena los miércoles y domingos.
En dicho hotel, en particular en el Restaurante Caruso, que es donde Juan ejerce su magistratura, ya lleva 18 años, y la celebración de sus bodas de plata, propiciada por su gerente general un osornino o purranquino que luego de correr media vida por hoteles de lujo en todo el mundo regresó a su patria hace unos años fue una fiesta para el chef y para los comensales, porque fue un festín memorable.
No faltó nada. Ni buen gusto, ni cocina chilena de excelencia ni generosidad extrema. Y el ánimo distendido, gentil, sin prosopopeya y con buen humor.
Como la comida fue un lujo, los vinos no lo fueron menos y los postres se complementaron con Late Harvest, Oporto legítimo y Etiqueta Verde, brandy y cognac como digestivo.
El nutrido condumio comenzó casi como las cenas de Estado: con vino Rosé Chocalán del 2007, pisco sour con ají y Jerez Fino San Patricio. Los abrebocas fueron rollitos de camarones de río en salmón ahumado, codornices en escabeche y carpaccio de lomito de conejo. Lo mejor, arrolladito de huaso con sopaipillas y pebre, como le gusta al maestro Meza.
Lo anterior, que era casi un almuercito, dio paso a un segundo tiempo en el que los protagonistas fueron los mejores productos del mar: tártaros de centolla, de atún y de ostiones, cada uno con su aceite especiado y un aderezo distinto. El Sauvignon 2007 de Nimbus, de Viña Casablanca, estuvo pintado para la ocasión.
Después, el tercer tiempo, la gloria de todo el almuerzo, con perdón de otras respetables opiniones. Tres ollitas de greda para miniversiones deliciosas de caldo valdiviano con huevo de codorniz, pastelito de choclo hecho a la perfección y chupe de jaibas gratinado. Con eso y el Chardonnay de Viña Tabalí Reserva Especial habríamos concluido felices. Pero el cuarto tiempo nos deparaba unos tortellini de krill antártico en salsa de azafrán con un Carmén re Leyda Classic, para entrar luego ya a un quinto tiempo que fue el acabose. Carré de cerdo gratinado en aceitunas, medallón de filete de res con salsa de morillas y lomo de avestruz al jugo de Carmén re a la vainilla.
El vino fue la gloria del día, si es que en un almuerzo magistral puede haber algo especialmente magistral: un Sideral, del valle de Rapel cosecha 2003, ensamblaje de tres cepas y hermano menor del ya mítico Alta r.
Al estilo francés, hubo en este almuerzo tan criollo quesos templados con Oporto Burmester Ruby, antes del postre, que fue una verdadera alegoría a los merengues, a las lúcumas, a los piñones, a los huesillos y a las chirimoyas.
Con el café y el carro dispendioso de digestivos importados, sólo faltaba la salida de Juan Meza a recibir el homenaje, no sólo por cinco lustros de trabajo, sino por un festín como pocas veces se ha visto en el Chile contemporáneo.
El chef vino con toda su brigada de cocina. Siete muchachos y una niña de albos uniformes que quizá nunca en su vida habían sido aplaudidos por los comensales. Al chef debe darle gusto el trabajar en un lugar donde lo quieren y aprecian su trabajo.
La pregunta final: ¿por qué al Crowne Plaza no va mucha más gente a comer?

14 de octubre de 2007
©la nación

Nueva Gastronomía Chilena


[Juan Sharpe] La cocina era el pariente pobre de un país emergente, pero ahora parece arte de vanguardia.
[Santiago, Chile] La moda se instaló en buenos y caros restaurantes creados por chefs, nuevos dioses, que reinventaron el merquén, el topinanbur y la quinoa en platos sorprendentes. Algunos deconstruyen el mote con huesillos y el pastel de choclo. La mesa está servida.
Alan Kallens puso sobre la mesa el mote con huesillos en el clásico vaso llorado. Le explicó a Ferrán Adriá, su ilustre invitado, que se trataba de uno de los postres chilenos más populares, de venta en carros callejeros. Apenas el maestro catalán lo hubo probado, Kallens se lo cambió por una copa de cristal con su versión ‘molecular' del mote con huesillo. Era una elegante copa de martini coronada con espuma amarilla que bañaba un sirope o algo similar.
Adriá, considerado el chef que revolucionó la cocina con su teoría molecular y santificado por la prensa mundial como el dios de los fogones, reconoció de inmediato el truco que Kallens le había preparado. Se quedó con el segundo.
Kallens, chef del hotel NH de la calle Condell, había participado en un stage de Adriá en México el año anterior y las ideas de la cocina molecular bullían en su cabeza. En esa misma carta, ofrecía pastel de choclo y caldillo de congrio deconstruidos, a la manera molecular. Él asegura que se trata de un viaje por los sentidos. A partir de un plato conocido y que el comensal tiene grabado en su memoria lo deconstruye molécula por molécula, hasta mutar su esencia en otras formas, colores y texturas: "La gracia es que no lo reconozcas y que te haga viajar", explica.
Es una muestra de la tendencia sofisticada y elegante que tiene adeptos entre los nuevos chefs chilenos y que hace furor en la vanguardia. Pero no es la única, porque la suerte de renacimiento que vive la gastronomía chilena tiene protagonistas de todas las tendencias, incluidos los renovadores de la clásica y vilipendiada cocina tradicional como Guillermo Rodríguez, chef del restaurante Bristol en el Hotel San Francisco. Y también los llamados mediáticos, esos tipos que se han convertido en gurú de los matinales televisivos y protagonistas de la farándula gastronómica, aunque los críticos duden de su verdadero talento en la cocina. "Son polillas que se queman en la tele y no son capaces de mantener un restaurante abierto", dice uno de sus colegas.
Es una parte de la modernidad chilensis donde se mezclan la vieja gastronomía, el diseño, el negocio, el lujo y la pretensión de entrar en el mundo del arte con la nueva cultura del buen comer, que a veces sólo es copia descarada de los maestros de Barcelona, Nueva York o Londres,
En Santiago, los restaurantes están llenos como nunca antes y hay una masa creciente de comensales siguiendo las novedades, ávida de formar parte de la nueva cultura. Asistir a los nuevos comederos forma parte del rito urbano posmoderno.

Moléculas y Tradición
La cocina molecular, que es la moda post cocina fusión, también tiene detractores acérrimos que la llaman ‘destrucción', así como antes llamaban ‘confusión' a la moda de la cocina fusión. La consideran pretenciosa y perfecta para cocineros chiflados, sin verdadero oficio, creadores de mezclas absurdas, tipos excéntricos capaces de mezclar merquén con arándanos y caviar de frambuesas pero incapaces de hacer una empanada de pino.
Pero la movida gastronómica está llena de aventuras propuestas por cocineros creativos buscando su identidad y también por un renacimiento de la cocina chilena, con algunos ejemplos notables, que han redimensionando su mala fama. El maestro es Guillermo Rodríguez, que está satisfecho de "que haya bulla alrededor de los cocineros", pero no quiere que su trabajo de valoración de la cocina chilena entre en ésa ni en ninguna otra moda: "Nosotros trabajamos para llegar al bicentenario con una buena identidad gastronómica chilena", dice mientras prepara su viaje al palacio de Cerro Castillo para servir el almuerzo ante los ministros que preparan la Cumbre de las Américas de noviembre. Y a quienes presentará salmón ahumado sobre pebre de quinoa y cebiche de salmón; pulpa de cordero asada con charquicán y el omnipresente mote con huesillos (en sus manos un delicado brebaje servido a la manera tradicional).

Hijos del Merquén
Hace unos años ocurrió la invasión del merquén, que estaba en todos los platos como si fuera un talismán que dotaba cualquier pócima de modernidad. Ahora la varita mágica la trae la quinoa, el cereal favorito de los incas que recupera su prestigio en las manos de los experimentadores que la llevan a platos sofisticados en múltiples formas. Tres ejemplos: Kallens ofrece risotto de quinoa, Rodríguez pebre de quinoa, y en el Adra, el lujoso restaurante del Hotel Ritz, Tomás Olivera va más lejos y presenta en su nueva carta un risotto triple con quinoa, amaranto -un grano pariente de la quinoa- y mote. Otra vez mote.
"Los chefs hemos tenido exposición mediática pero la profesión requiere talento, experiencia, es de largo aliento. El cocinero que queremos para Chile es uno que investigue y que no sólo esté embelesado por esos movimientos mundiales", reflexiona Rodríguez en un tono que recuerda al ex presidente Ricardo Lagos. Por su encargo preparó la cena de gala de la cumbre de la APEC en 2004 en la Estación Mapocho, aquella histórica noche de los forcejeos con la guardia de Bush. "Tenemos que hacer comida exquisita, bonita y sana, sin llenar de frituras y respetar los sabores". Es su interpretación de la ‘nueva chilenidad'.

Agáchense, que Llegó Palomo
En Bilbao con avenida Italia está el Sukalde, una de las paradas obligatorias de la peregrinación a los nuevos príncipes gastronómicos. Y uno de los símbolos de la movida. Es la casa de Matías Palomo (29 años), que en dos años ha conseguido generar devoción sobre su sencillo comedero donde se mezclan la cocina molecular con experimentaciones insospechadas, como sus celebrados camarones con guacamole a la menta con vinagreta de sandía y aire de limón.
En camiseta, zapatillas y jeans gastados, Palomo, que nació en México por historias de exilio y estudió también en Inacap, cuenta como se encontró un día aprendiendo con Juan María Arzak, el más prestigioso renovador de la cocina vasca, en San Sebastián. Después saltó a Manhattan, a los fogones de Daniel Boulou, uno de los grandes de la Gran Manzana, y allí conoció a Ferrán Adriá, el profeta al que conducen muchos caminos de la cocina contemporánea y su siguiente estación de aprendizaje. Palomo se curtió en el Bulli, santificado como el mejor restaurante del mundo, antes de emprender su aventura santiaguina yendo por libre con una platita que pidió prestada su madre.
En dos años ha dado razón al crítico César Fredes, que lo recibió recién inaugurado con una premonición a los "insensatos y fomes" que reinaban: agáchense que viene Matías Palomo. "¿Comida chilena? Hay poca cosa: el charquicán, el tomaticán, el milcao y tres o cuatro cosas más son chilenas, nada más. Sí tenemos muy buenos productos y si investigas un poco puedes crear platos interesantes, que sorprendan". Palomo también trabaja con el topinambur, un tubérculo chilote cuyo sabor evoca el de la alcachofa, que se usaba como forraje para cerdos y que puso en escena Giancarlo Mazarelli, ahora dirigiendo Puerto Fuy y Ox, dos de los restaurantes sensación en Nueva Costanera, y según muchos el mejor chef de Santiago.
Palomo conoció el topinambur en Nueva York y lo vio con frecuencia en Europa, "y resulta que es originario de Chiloé, y nadie lo sabía porque aquí no hay investigación, así que los cocineros tenemos que mostrar estos productos y enseñar a comerlos porque son espectaculares y además son nuestros".
Si la cocina de Palomo es sofisticada y hay que reservar con varios días de anticipación para conseguir una de sus deseadas mesas, él es un tipo sencillo que invita a experimentar: "Si te vas a Viña y te paras en la carretera a recoger unas ramas de hinojo y las pones dobladas dentro de un pescado en el horno, descubres que se puede crear con buenos productos. Aunque muchos productos se van fuera del país, sigue siendo mucho mejor una manzana de tercera comprada en la Vega que una de lujo exportada a Nueva York que madura en el barco y no sabe a nada".
"Con los maravillosos productos que hay en Chile, se está levantando una nueva cultura", dice uno de los chefs, abundando en la misma idea. Guillermo Rodríguez dedica sus esfuerzos divulgadores al Comité Agro-Gastronómico, lanzado en La Moneda por la presidenta Bachelet hace un año para "vincular a los productores agrícolas y chefs buscando una identidad coherente para la gastronomía nacional". Pero en la movida gastronómica urbana no hay grandes seguidores de Rodríguez, excepto Jorge Caro (52 años) que ejerce de guardián de la tradición chilena en el restaurante Vichuquén del Hotel Galerías, en San Antonio 65. Caro, que con humor campechano llama "destructores" a los profetas moleculares, ha conseguido que los gerentes de su cadena apuesten por la tradición porque la caja suena abundante y el Vichuquén es imprescindible para gustar su comida tradicional.

Arte y Confusión
Difuminados los límites de las identidades nacionales en la globalización, sea rigurosamente chilena o no, la gastronomía vive un momento dulce reuniendo valores de la posmodernidad. Estamos en "una sociedad con mucha plata circulando, de muchos solteros treintañeros con sueldos millonarios que descubren que en Santiago pueden empezar a sentirse como en Buenos Aires o Nueva York", dice el gerente de una cadena que tiene uno de los restaurantes reputados, que recuerda la época de los pescados pasados a fritanga y bañados en bechamel como en la prehistoria del asunto. En esta olla que se cuece a todas velocidades hay críticos que advierten que no es oro todo lo que reluce: "El estado actual es de gran confusión. Cualquiera es chef , cualquiera es crítico. La confusión y desconocimiento se expresa en la cantidad de gente que hace risotto de haba, quinoa o choclo y no de arroz, que es la única manera de hacer risotto. O hacen cebiche de palta o mango y no de pescado", argumenta el periodista gastronómico César Fredes.
Pero el público llena restaurantes caros, innovadores y modernos como los de la nueva milla de oro en Nueva Costanera: Puerto Fuy, Ox y Tierra Noble, la apuesta de Pamela Somerville (29), hija de Hernán, el banquero, que asociada con el chef Juan Pablo Valdivia (26), un ex compañero de la escuela Culinary de La Dehesa. Pamela tiene un fogón lujoso con la pretensión "de crear una marca que siga creciendo. No nos interesa la cocina de autor", dice Valdivia, "sino una marca que proyectamos llevar a Buenos Aires, Sao Paulo, Miami, Londres, Nueva York y París. Éste es muy buen negocio y tenemos un equipo profesional muy experto", explica en la barra del Tierra Noble, que lleva menos de tres meses abierto.
Su vecino Mazarelli, que sí es venerado por autor, "un crack", según uno de sus colegas, también trabaja sobre la comida tradicional pero "con toques modernos aunque no hago cocina molecular ni deconstrucciones, para mí lo primero es el sabor, después vienen las texturas y los efectos". Sus mesas están tan solicitadas que es necesario reservar con una semana porque la afición está embelesada con los nuevos chefs, una nueva realeza de la modernidad santiaguina.

16 de septiembre de 2007
©la nación